La última vez que me miraste
andaba yo cazando rimas
en una cuna pequeña y pobre,
y al encontrarlas de seguro te sonreí
como las flores que se abren
prometiendo las primaveras que están por venir,
me dejaste una canción sencilla
que vuelve siempre
en los momentos
en que te pienso,
cuando imagino
los pasos que te alejaron de mí
hacia los golpes
que te robaron la vida,
tenías la edad en que los hombres
son tan hermosos como árboles
que resisten los vendavales
siempre de pie,
pero hasta estos pueden ser talados,
borrados por la crueldad asesina,
la última vez que nos vimos
me dejaste el adiós
impreso en la tersura de la piel,
en los genes del arte
que no se rinde,
como una sombra que persigue
el recuerdo en el tiempo,
como lo sagrado
que fue que sobreviva
para contar que tus asesinos envejecen
una vejez de pueblo
de horas quietas,
disculpados por cobardías
que no son mías sino ajenas,
pero este poeta nunca olvida
que siempre me deberán todos tus días,
mi propia vida,
y una palabra
enjaulada en la impunidad
simplemente justicia
para tu cadáver joven y mi orfandad
pequeña en una herida que no cierra,
que es como el polen
saliendo de las flores de las nuevas primaveras.
miércoles, 28 de julio de 2010
sábado, 17 de julio de 2010
Estaba escrito
“Estaba escrito”,
como repetían en aquella novela
de velos
y un Cristo Redentor emergiendo
como monarca desde un morro,
lo estaba en la fracción de estrella muerta
para que nacieran nuestros cuerpos
y se conjura este espacio
con este tiempo,
llegaste por los ojos
pero, nos embebiste el alma,
estás para endulzar las mañanas
y traer de la noche
-tras el bostezo-
el mejor de los sueños,
para contarnos el viejo cuento,
que la dicha es el oxígeno en la hoguera
donde la vida siempre se recrea,
para alzar la infantería de ternura,
defendiéndonos del ajenjo
que se eleva entre las flores.
Estábamos llamados
a ver el cielo inmenso
con sus mar de estrellas
sobre un mar de agua,
inventados para sabernos tan pequeños
pero muy felices de pisar
las mismas arenas del mismo suelo,
agradecidos de haber coincido
en un segundo de esta eternidad
y, en alguna parte, de seguro,
está escrito que nos volveremos a encontrar.
como repetían en aquella novela
de velos
y un Cristo Redentor emergiendo
como monarca desde un morro,
lo estaba en la fracción de estrella muerta
para que nacieran nuestros cuerpos
y se conjura este espacio
con este tiempo,
llegaste por los ojos
pero, nos embebiste el alma,
estás para endulzar las mañanas
y traer de la noche
-tras el bostezo-
el mejor de los sueños,
para contarnos el viejo cuento,
que la dicha es el oxígeno en la hoguera
donde la vida siempre se recrea,
para alzar la infantería de ternura,
defendiéndonos del ajenjo
que se eleva entre las flores.
Estábamos llamados
a ver el cielo inmenso
con sus mar de estrellas
sobre un mar de agua,
inventados para sabernos tan pequeños
pero muy felices de pisar
las mismas arenas del mismo suelo,
agradecidos de haber coincido
en un segundo de esta eternidad
y, en alguna parte, de seguro,
está escrito que nos volveremos a encontrar.
jueves, 8 de julio de 2010
Dos Evas
Se esconde,
apenas si se deja pisar,
es un extraño edén
al que sólo acceden los elegidos,
los que se han aventurado a caminar
llevados simplemente por la brisa del deseo;
es como ver la poesía
aflorando por cada esquina,
basta con conocer cuál es el lugar de partida.
Qué es primero,
la mirada que desborda,
la mano que se extiende con cuidado,
la palabra disfrazada,
empaquetada como una mercancía,
adquirida a fuerza de todas las ternuras,
de todos los besos
en todas las curvas,
en cada parte del cuerpo
en el valle de las piernas,
en la cúspide de los senos;
en los ojos por donde se va la inocencia
y vuelve el huracán de la orgía
que se comparte
como los sueños locos,
cosidos con utopías.
La ciudad es un arrullo de calma
sobre las calles vacías
sólo caminan los desclasados,
los burgueses con el estómago
lleno de vanidad
dichosos de de decirse una y mil veces
los felices que son por rozar el arte,
están las luces y los murciélagos volando
en su cacería nocturna,
el cielo oscuro de la noche sin luna
y las estrellas, todas, brillando desde el pasado…
El edén esta servido
detrás de una ventana,
dos Evas desnudas reinan en un beso eterno
como princesas de otro cuento de hadas.
apenas si se deja pisar,
es un extraño edén
al que sólo acceden los elegidos,
los que se han aventurado a caminar
llevados simplemente por la brisa del deseo;
es como ver la poesía
aflorando por cada esquina,
basta con conocer cuál es el lugar de partida.
Qué es primero,
la mirada que desborda,
la mano que se extiende con cuidado,
la palabra disfrazada,
empaquetada como una mercancía,
adquirida a fuerza de todas las ternuras,
de todos los besos
en todas las curvas,
en cada parte del cuerpo
en el valle de las piernas,
en la cúspide de los senos;
en los ojos por donde se va la inocencia
y vuelve el huracán de la orgía
que se comparte
como los sueños locos,
cosidos con utopías.
La ciudad es un arrullo de calma
sobre las calles vacías
sólo caminan los desclasados,
los burgueses con el estómago
lleno de vanidad
dichosos de de decirse una y mil veces
los felices que son por rozar el arte,
están las luces y los murciélagos volando
en su cacería nocturna,
el cielo oscuro de la noche sin luna
y las estrellas, todas, brillando desde el pasado…
El edén esta servido
detrás de una ventana,
dos Evas desnudas reinan en un beso eterno
como princesas de otro cuento de hadas.
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