jueves, 24 de febrero de 2011

Otro día

El otro día soñé con rosas,
cálidas más que hermosas,
tenían en sus pétalos sonrisas
batían su perfume en el viento
en una danza que se perdía
en un susurro,
era tu recuerdo que danzaba para mí
como una musa
naciendo del mar salado
y la espuma
de la ola deshecha,
el otro día te soné feliz
en el otro mundo que está tan cerca
que apenas se puede tocar
y que sólo las ecuaciones permiten
saber su existencia,
y al pasar cerca de mí
tu presencia
tornó en ensueño de pensarte
más hermosa que las rosas,
cuando te dijimos adiós
aquel día que te nombramos con dolor,
el otro día te soñé radiante,
siendo más feliz que el sol.

lunes, 7 de febrero de 2011

Ojos de noviembre

Sus ojos oscuros devoraron
la fragilidad del paisaje,
que mágico se veía todo
en aquella hora
nocturna de noviembre,
hasta los azahares albos de los jazmines
reptaban en aquella pobre penumbra.
Un trapo vistoso se movía,
casi delirante jugaba a ser cortina
en aquella ventana carente de vidrios donde
estaba ella contemplando
el esplendor de su belleza,
tersa su piel dibujaba el ébano,
manso,
que el sol casi veraniego otorga
como regalo inesperado,
el erotismo
que brillaba sobre sus labios,
prometiendo otras frugales tentaciones.
Sus cabellos, espesos y largos
que hacían brillar todas la luces
que venían desde afuera,
en el fango,
en lo absurdo,
en la belleza misma
que se insinuaba en la calles famélicas,
pero parecía no existir quien detuviera
su pensamiento y su libido
para sustraerse de la realidad
en una orgía desbocada
similar a los sueños que buscan no despertar.
Llegaba la brisa a sus senos,
envolviéndola en la música
que producía al pasar entre las hojas,
respiraba reteniendo la vida
como una mano pintando
sobre la piel amante una caricia,
bajo los párpados cerrados
soñaba otra piel,
tal vez, un muchacho buscando
transformarse en hombre
y todas las palabras
que se usan para escribir novelas rosa,
esas que se escriben para quienes
hemos probado el desencanto
del amor que muere antes que termine el cuento.
Noche de noviembre,
un grillo que había escapado
de la mortal telaraña, agradecido,
elevaba sus violines
y ella, en cambio
siguía con los ojos cerrados
soñando
anhelos que ya no veo,
ni valen la pena ser narrados,
porque a los bellos soñadores
hay que dejarlos seguir soñando.