jueves, 15 de mayo de 2014

papeles

...
Te dibujé palabras,      
mis sueños de hacer    
un mar solo de     
balsas de papel;     
así, así    
como esos soles       
de lejanos planetas empeñados      
en atardecer      
las noches   
en tibios amaneceres…  

...
Solté por Callao      
una bailarina danzando     
un tango tan subversivo    
que el acordeón sonó alegre,    
te puse en metáforas el deseo    
de panes con manteca     
en bocas de niños hambrientos…    

...
Grité ¡justicia!,     
te abrí todas las puertas     
de todos los calabozos,         
brindé por la inocencia     
de aquéllos mal condenados…  
Y esperé milagros      
hasta el último segundo     
aunque nunca llegaron,    

te lloré un océano que volvió    
vergel al más seco    
de los desiertos,  
nací muerto    
y tantos segundo después    
me descubrí tan vivo que    
te inventé un universo      
de cuadernos para que
nunca te canses  
de nacer…     

...
Te fabriqué una caricia  
cada vez que una rima,    
en los labios, te hizo sonreír     
todo un mundo por escribir…    

...
¡Te pinté palabras!,     

porque eso es vivir    

y jamás dejarse morir…        


                                                                   (a papá Pinocho, a mamá Elena, a mi viejo José)



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simonbetarte©(derechos reservados, Buenos Aires, argentina)

jueves, 24 de abril de 2014

Un te quiero en estación Morón





Los taxiboys de Marcelo (Te) 
hacen un picadito, 
tienen penes hechos bultos 
y nalgas de ensueño, 

van corriendo entre los faroles, 

autos de lujos, 
amantes en venta por pobres, 
dos cestos de basura 
juegan de arco para los goles… 

...
Las putas del once hacen 
sonar sus tacones 
veredas hechas pianos, 
notas de pisadas en la hora 
que se reza, ese, 
rosario de tentaciones, 

-¡nostalgia, todos esos 
cuentos hadas! 
Bocas que pronunciaron pavadas, 
un te quiero en estación Morón, 
aquel príncipe de tevé 
que parecía ser, pero se destiñó. 

...

¡Se destiñó! 

....
Las chicas trans de un costado 
sucio, pero bello, caído, 
de la autopista 
improvisaron una rayuela, 
saltan, saltan como niñas 
alegres porque ganaron 
otra vuelta en la calesita, 
¡tan desolada!, 
en medio de la feria. 

....
Bueno Aires era otoño, 

gris piedra, gris asfalto 

trenes repletos, cansados cuerpos 

de sueños nacidos ya muertos, 
...
y mi garganta ebria y seca 
buscando vocales para tu nombre, 
y vos lejos de los poetas 
y sus lumbres oscuras, 
solo fui un hombre 
en venta en Marcelo Te, 
un puta futura en estación Morón, 
una chica trans, 
la rayuela, el camión, 
la sábana usada para que 
aniden un cuerpo, dos, 
otra nada perdida 
en el montón. 


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imagen:
Gustave Caillebotte (1848-1894). Hombre secándose la pierna (1884). Óleo sobre lienzo.

lunes, 31 de marzo de 2014

Profane

Quiero que te profanen mis rimas, 
todas mis orgías, un día cualquiera
cuando toque mi mano tu carne,
tus labios mi infante con sobredosis
de hombría de camas vacías..

Pretendo que un beso te descubra
pinar de una puesta de luna
en un momento idóneo, cuando
crea que sonríeme la ternura...

No ves acaso en el ocaso
rémoras de romances muertos,
egoísmos de tus pieles, 
por qué tan bello, tan feo
saberte lejos en una cama
que es altar para otro hombre 

que rimas, en tu honor, no pone
en cacharros a revolver orgías,
y esas dulzuras de amantes
que uno ya dio por perdidas,
como el cáliz de las dalias
y todos su pétalos en despedida...

Todas esas boludeces que alguna 
vez quise decirte mientras dormías 
si me hubieras más que deseado 
en una noche de puesta de luna 
cuando muere el frío en manos 
de esa lujuriosa ternura…,
que sin ser de otro hubiera,
de egoísmo puro, ser nuestra...

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viernes, 28 de marzo de 2014

Páramo Seco






Siempre miro hacia adelante. Los bancos de madera que huelen a lustramueble barato, el piso de baldosines gastados por tantos pasos, felices, tristes, culposos, generaciones, errores acumulados, victorias que duraron poco, los habitantes de Páramo Seco son tan predecibles, las mismas rogativas, de padres a hijos, lo imposible demandado con el pago de una vela o varias. 

Tengo la suerte de ser de yeso. Carezco de sistema respiratorio que atesore el hedor del cebo quemándose en pábilos, su tizne negro apenas si me mancha la superficie, así son mis eternidades, porque tuve la desgracia que mis átomos fueran amasados para ser una estatua, y no cualquiera, sino, una de veneración. 
Siempre espero que aparezca, la misma muchacha, una que usa trenzas negras, que le caen al costado de su cara, se le mueven sobre los hombros, se le depositan sobre sus senos, debajo del izquierdo, se mueve esa cosa que la hace estar viva, su corazón, sus pulmones. La envidio. Odio que se pueda desplazar. Amo que tenga sudor sobre la piel, que sus labios murmuren siempre lo mismo, que me pida protección para sus hombres que están mar adentro, pescando, qué otra cosa se puede hacer en un lugar costero como éste, donde la miseria huele a osamenta de peces muertos arrastrados por las corrientes, quiere que mis influencias sobre los elementos aquieten las tormentas, que seduzcan a los peces para que caigan en las redes, me pide esa maldad. Mis ojos quietos la retienen, la imaginan, caminar, bajar hasta la playa, doblar sus piernas y sentarse a esperar que los barcos regresen con el cargamento para que la economía se mueva, para que las cortadoras doblen sus cuerpos, agarren los cuchillos y pasen su penas haciendo filetes para llevar a las grandes ciudades, paga efímera que huele a sal, a viento, que se acompaña con el sonido de las gaviotas graznando sobre las costas, la ría del fondo, donde alguna vez se encontraron animales que vivieron en el pasado, lo que permitió que curiosos de ciudades lejanas llegaran a ver huesos devenidos en piedras, mudos testigos de lo poco que puede vencer, en el tiempo, a la muerte que está determinado todo lo que vive.
Nunca supe su nombre. Solo la vi crecer, ser una niña, ese cofre de donde saldría la mujer cuando llegase a su cenit, siempre sonreía con sonidos, su cuello se movía y salía un ejem, casi como un quejido, una rebeldía que no se tomaba tiempo para crecer, la fueron domesticando muy bien, siempre en silencio, con miedo de alzar la vista, con las manos apoyadas junto a los laterales de su cuerpo, puedo suponer que solo aceptaba, que jamás pedía más, que se acostumbró a los días de panes duros, a corvinas asadas, hervidas, en tartas… A despedir a su padre, cuando los peces eran pocos, que se iba a trabajar duro en otra parte del continente, aprendió las primeras letras, las primeras sumas, las oraciones a las deidades, tomó la comunión con un vestido prestado de alguna parienta, y un día empezó a pedirme nuevos milagros… Siempre me hablaba de Fernando, repetía su nombre todo el tiempo, era un murmullo como esos que hacen las olas en plenamar, aprendí que lo había visto a escondidas en los medos junto a la ría, un noche de luna, serena, en primavera… Pobrecita mía, estaba descubriendo que no había mucha diferencia entre los criaturas especiales de la creación y las consideradas descartables… Me hablaba de su pelea interna, la que no quería que el rubor le quemase las mejillas, la que luchaba, sin lograrlo, porque su mirada buscase a ese hombre caminando en el puerto, ver al solo haciéndole sombras extrañas en su pelo rizado, idealizaba sus brazos, fuertes, de levantar aparejos y cajones de cadáveres hurtados al océano, la habían enseñado bien, el deseo era un pecado que, las cosas como yo aborrecemos, en lo humanos porque jamás las podemos personificar, las cosas venerables no podemos dejarnos ir tras una piel, ni un sudor, menos, buscar el reposo tierno en la comunión que los mortales tienen después de haber amado, visceralmente, como esas otras criaturas inferiores que se llaman animales… 

Hablaba conmigo… Después entraba en el confesionario para que le explicaran por enésima vez que era una pecadora, que las mujeres son más vulnerables a las tentaciones, que debía alejarse de esas costumbres, que no debía tocarse de noche… Ah… Esa mano, esa energía cortando el espacio… Sí, la misma que me había puesto claveles, la vela blanca, la que había encendido el fósforo, la culposa que había tocado a un pescador llamado Fernando…, ese jefe de familia, dueño de una mujer casi santa, padre de niños, que jamás sabrían que él prefería escaparse las noches de jueves, hasta donde ella lo esperaba, como una sirena inocente que no quería devorarlo. 
 

Ya no soportaba… No quería que me hablases más… Tan hermosa, tan dulce, allí de rodillas, con sus trenzas acompañando el gimotear de su cuerpo… Quise moverme… Pretender tener una fracción del poder que creían los pueblerinos que tenía… Hacer que mis manos rígidas se movieran, quería acariciarla… Terminar de definir la necesidad de depositar toda la ternura que creía que le habían sacado… No podía… Ser una estatua es como ser un fósil de un idea muerta hace millones de años… Solo conseguí que la condensación hiciese nido en mis ojos redondos, bellos, latinos, color miel, ella al verlos pensó que era un milagro…, unas gotas que se parecían a lágrimas, un rumor que creció, me gané muchas velas, peticiones, demandas, temores, detractores, un día tuve ganas, cuando se me acercó, después de salir del confesionario, después hablar de Fernando, que me agarrase y me lanzase al fondo del mar, y cayera lentamente hasta al fondo para que todos mis átomos dejasen de ser una estatua de veneración…, que se sacaba una vez por año en andas mientras todos iban envejeciendo, y pedían la misma maldad de siempre, muchos peces llenando las redes y la protección para Páramo Seco. 

simonbetarte©2013(derechos reservados, Buenos Aires, argentina)
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