martes, 27 de diciembre de 2011

Frida



Los colores eran ánforas
donde la luz jugaba
con la ternura
de una niña de sueños
irrealizados
o, de los que esperaban el momento
correcto
para ser despertados;
en tus manos se hacían manantiales,
buscaban la libertad absoluta
que solo tiene la tiene la luz
para correr distancias enormes en la negrura
de los espacios
en perfecta curvatura;
te hiciste pincel de la pasión misma;
un cuadro que permitía
asomar tierras de olvidos,
utopía de los que nacieron
para ser vencidos,
eras polvo reseco de los desiertos
desafiantes esperando una simple lluvia
para disfrazar la aridez en vergel;

eras erotismo del bueno,
ese que sale tierno,
sin más atadura que el deseo,
eras tu propia musa,
te nacía desde adentro
y solo crecía en el lienzo,
se tornaba etérea,
huérfana de dolores,
sin temor por fenecer,
una mortal que vencía
las ataduras de la muerte;
encerraban tus líneas
a una mujer y a todas,
sus lágrimas
y todas sus sonrisas.

No eres más que energía
que perdura,
reinventando, la vida misma

sábado, 17 de diciembre de 2011

Torpe, princesa verde soja


Siempre fui torpe. ¿Te acordás?; me caía de la bicicleta, tenía accidentes insólitos y confusiones absurdas, era medio payasa por eso todos se enamoraban de mí. Vos me decías que era linda, la más bella del pueblo, me decías que era tu princesa verde soja, por el iris de mis ojos. Me decías que te gustaba mi sonrisa, que era más simpática que la Tierfeld, que se los tenía a todos comiendo de su mano, era voluminosa, algunos le decían campanario por el ondular de sus tetas al correr en las horas de gimnasia, todos la soñaban, era el deleite para muchachos simplones y adolescentes como vos; también la deseaban los hombres más grandes, los que estaban en la plenitud de sus edades y ya se habían hartado de arrastrar un carrito con un bebé adentro. Quién iba a pensar que la vida se puede volver tan rutinaria, con acciones repetidas, nadie piensa eso cuando es joven, creo que si lo pensáramos, todos terminaríamos siendo bellos jóvenes suicidas. Al principio, vos no me gustabas, ahora puedo decir que me costó trabajo reconocer esa ternura que tenías adentro, que te salía por los poros cuando te empezaba a crecer la barba. Eras hombre y yo era mujer. Vivíamos en un pequeño pueblo acorralado por las horas de las siestas y cercado por campos que sembraban riquezas ajenas; me acuerdo que vos siempre decías que, algún día, tendrías un auto como el que los Pérez Espinosa le habían comprado a su hijo cuando cumplió 18 años, en cambio, te consolabas con tu vieja moto medio destartalada con la cual recortábamos las distancias, e íbamos a ver el atardecer al arroyo. Empezamos a amarnos lentamente, fue como un aprendizaje, me acostumbré a los olores de tu cuerpo, en algún punto, podía olfatear tu perfume cuando te acercabas. Tenías muchas cosas buenas que te hacían único. Un día de octubre nos casamos en una ceremonia pobre, con amigos y parientes; la viuda de Forlán nos regaló la torta, era una delicia de tres pisos con unos muñequitos en la cima que simulaban ser, vos y yo; bebimos gaseosas y las pocas cervezas que se pudieron comprar, eran los años de quietud y silencio, trabajábamos de lo que podíamos y el dinero casi no alcanzaba. ¿Sabés?, siempre quise saber qué seguía después, en las novelas rosas la felicidad se resume al casorio, me preguntó que le habrá pasado a la Cenicienta o, a la dormilona de Bella Durmiente cuando terminó la noche de bodas, ahora que lo pienso bien, esos son cuentos para enseñar a las niñas que deben ser inferiores, ineptas, que son incapaces de resolver problemas, que jamás las cosas le saldrán tan bien como las solucionan los bellos príncipes encantados, vos no eras un príncipe, capaz, en el fondo te acercabas bastante; los primeros años fueron lindos, si qué lo fueron, amanecíamos abrazados con ganas de seguir en la cama como si la cama fuera un nido, las comidas, aunque fueran pobres, parecían manjares en el plato, éramos felices en esa casa que se iba construyendo de a poco, con los ladrillos al descubierto, con aquella gotera sobre la mesada de la cocina que tanto te costó arreglar, pero por fin, lo solucionaste, entonces todavía seguías siendo un príncipe joven. Las cosas mejoraron de pronto, empezaron a abrirse las fábricas viejas y los obreros resurgieron, llenaron las calles como en una procesión lenta, mezcla de cansancio previo y promesa de progreso, los negocios del centro empezaron a traer cosas que antes eran inútiles para la venta, como esa lámpara con forma de serpiente, que comparamos para poner en una rincón de nuestra pieza, que ya había cubierto la desnudez de sus paredes, qué linda que quedaba. Al principio fuiste un simple trabajador, después, a fuerza de empeño, terminaste como encargado del sector y ahorraste los suficiente para comprarte un auto, nunca te había visto tan feliz, para estos casos se suele decir que estabas más contento que perro con dos colas. Te llenaste de proyectos, a veces, me lo contabas. “Te parece si agrandamos el comedor o hacemos un parrilla en el fondo”, yo te sonreía pero, ahora que lo pienso, en el fondo te envidiaba, vos tenías un rutina lejos de la casa, hablabas con extraños, yo solo hablaba con las amigas, las pocas que me quedaban, las señoras mayores que compraban pan en el almacén de los Robles, que me veían como una hembra reproductora, siempre me preguntaban para cuándo encargaba un chico, a mí me daba risa como lo preguntaban, como si tener un bebé dependiera de hacer un encargo, haciéndole una carta a la cigüeña que vive en París, yo siempre respondía que más adelante. Un día te dije que quería terminar la secundaria, que había averiguado, que eran solo tres años, que se estudiaba de noche, desde las siete, que con ese título podría seguir estudiando, capaz hasta podría ser una profesional y colaborar con las gastos de la casa, vos me miraste de una forma extraña; no pensaste en lo que te había dicho, pensaste en todas las cenas que no te esperarían a punto, ni caliente, como te gustaban; tuve que insistir hasta que te acostumbraste a la idea, entonces, yo estaba tan feliz como un can con dos rabos, aunque tenía que trabajar el doble, la casa quedaba limpia como en una propaganda de artículos de limpieza. Sobre la mesa tenías siempre puesto el individual. Los cubiertos. El jugo preparado. La comida lista sobre las hornallas, solo tenías que recalentarla, trataba de usar arroces de los que no se pasan, las papas quedaban a medio cocer, calculando que el tiempo que vos usabas para calentar el guiso quedaran ideal como a vos te gustaban. Yo te hablaba del colegio, y vos ya no pensabas en la cena, solo preguntabas si habían muchos hombres en el curso, qué cuántos profesores, no me lo decías, pero tu frialdad lo demostraba, al principio creo que me sentía halagada que tus celos se desbocaran, yo casi había olvidado que era una mujer joven, que los hombres podrían desarmar sus fantasías en los pocos minutos que me observaban, había olvidado lo que era el deseo, tal vez, me había acostumbrado a estar tendida en una cama y sentir el peso de tu cuerpo sobre el mío, me había acostumbrado a quererte de esa forma, eso es lo que se suponen que hacen las chicas buenas. Tus noches empezaron a ser esclavas de las agujas de tu reloj, estabas pendiente de mi llegada, yo me apuraba en llegar lo más rápido que pudiera, te daba un beso y vos demostrabas desinterés. Llegué a pensar que estabas molesto por la casa no estaba lo suficientemente limpia y, al día siguiente, me esforzaba el doble, yo creía que estabas cansado, tenías muchas responsabilidades, un montón de operarios a tu cargo. Una noche de invierno cuando llegué a casa me estabas esperando, no habías comido nada, empezaste diciendo que la carne estaba dura, que las cebollas a medio cocinar, que eso no era ni comida para un perro, te levantaste violentamente y tiraste el plato que se hizo añicos contra la pared, yo, que antes de entrar, estaba feliz porque por fin había sacado un diez en química, pasé a la frustración más profunda, había vuelto rápido, quería decírtelo y que, por lo menos, simularas estar orgulloso de tu mujer, en cambio estaba viendo como las cebollas horneadas manchaban la pared, vos me gritabas, me echabas en cara que no era la misma, me puse a recoger las cosas del suelo mientras te pedía perdón, y lloraba como una niña, vos seguías de pie, enojado, sentía tu mirada de desprecio en las espaldas, tenía la impresión de que eras un lobo y yo un simple ciervo que debía huir, tal vez debí hacerle caso a la sensación, desde ese momento reapareció la torpeza que había tenido en la adolescencia. ¿Sabés?, era la excusa perfecta, cuando me descubrían algún moretón, que las cremas no podían ocultar, solo sonreía, decía que como una tarada me había golpeado con el postigo, o que tenía un aire por eso me dolían las costillas al respirar, o si me veían rengueando era porque había pisado mal en alguna baldosa del pueblo. ¿Sabés?, todos hacían lo mismo, hacían como que me creían, pero esta torpeza era diferente a la de los tiempos de la niñez o de la adolescencia, le faltaba la gracia, le faltaban testigos, el único eras vos que me seguías llamando tu princesa verde soja.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Enemiga

Te soñé despierto,
con los ojos,
los míos, marrones bien abiertos,

te creí llegando
igual que la brisa
pintando de consuelo
a las infernales horas de enero,

te creí el árbol del entendimiento
ese que transforma al dios
en un diablo
o viceversa,
creí que eras alegría
que tu aliento
sabía a frutos dulce
y no a ajenjo
a la vera del camino…

Me cobraste sueños
los míos,
me hiciste una presa rendida
a sus ambiciones suicidas,
pero, sabés qué, Vida,
la contienda sigue
y esta criatura no suele darse por vencida,

qué cosa es tener a la existencia
como pérfida enemiga,
no me importa que al final
ganes, de tramposa, la partida.