viernes, 18 de diciembre de 2009

La palestina

La leyenda de la vieja Palestina,
el polvo del desierto,
la horda cruel de la explotación,
mujeres reducidas a ser menos 
que una bestia de carga,
y el culto de la virginidad 
entre sus piernas,
siete veces 
más esclavos que amos,


¿habrá cambiado algo 
aquella tierna muchacha 
analfabeta
con más amor por la carga 
de su vientre,
que por su vida?

Sola, pobre, hoy en altares
recubiertos de oro y marfil,
ayer sobre un asno
que apenas si soporta su carga,
sólo una hembra de homo sapiens 
en trabajo de parto,
sintiendo el mayor de los eventos,
las carnes abriéndose 
para que la vida siga
el derrotero.

Fue ese su milagro 
y no otro,
hacerse madre 
entre otras hembras del pesebre
que dieron sus frutos 
a la crueldad infinita,
destinados al banquete.
Está ahí, perdida 
en las esquinas del tiempo,
como otras leyendas
de otras hembras 
que hicieron lo mismo,
hoy destinadas a los olvidos
de los dioses vencidos.

Ahí su niño 
sorbiendo de uno de sus senos,
haciéndose rebelde,
estaba destinada a eso
engendrar varones 
y no seres de descarte.

Ha pasado tanto tiempo
desde aquella muchacha de Palestina
y ese bebé indefenso
que todo se vuelve ofertas 
en marquesinas,
diatribas pulcras sobre los púlpitos,
tanto que se ha olvidado
que la vida 
es el mayor de los milagros.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Jueves

Hay restos de la última manifestación,
otra de tantas.
¿A quién le importa?
Está ella y su cara pequeña,
sobre una de las veredas de Callao,
mira desconocidos
con ojos de edad inocente.
Por momento parece un gato,
listo para lanzarse sobre un ave
que se ofrece en holocausto.
Ella sabe de entregas y pecados,
del Dios bueno e infinitamente cruel,
que la mira, ahora,
llegando a una esquina
esperando ver que la tentación se acerque,
movida
por sus piernas tan bellas vestidas como desnudas,
con esa boca que se abre
en una sonrisa al descubrirla,
ella es la excusa de los jueves,
el invento del partido de fútbol con amigos
o la tertulia con cervezas
y el devaneo de las frases de siempre,
desde entonces ella se llama como ese día,
y él como la hora vespertina
cuando se funden en una cita,
de dos horas que no bastan,
pero saben también en esas almas,
que después ven bajar la noche
desde una ciudad
sin tiempo para el descanso.
Y ella de regreso sentada,
con la cara apoyada sobre el cristal,
ve en el paisaje las llamas
del fuego eterno
emergiendo como una promesa,
un temor hermoso esperándola,
cuando sus días se acaben
y sólo recuerde la primera vez que dejó de ser
la tierna beata que volvía temprano
de su jornada de estudios;
y él, el padre novel
regresando de su juego con amigos,
para besar a su mujer que amanta un bebé
que lo mira como sabiendo de dónde viene.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Copas y perdición

Apenas si puede,
el drama se le esconde en los gestos,
la risa le sale en una erupción perfecta.
Sobre las tablas es el mejor,
su personaje es un fuego
que posee lentamente el madero,
las cenizas le aparecen después,
cuando los aplausos terminan
y queda la otra función
la vida
y su ecuación tan compleja,
la soledad de su cama,
donde ya no duerme
la poetiza que amó.
Me lo dijo un día
en el que estábamos de copas y perdición;
buscaba la piedad de mis dichos,
como si alguna de mis rimas
tuvieran pistas ciertas del derrotero
de aquella mujer
de pelo negro y suelto,
que se había ido buscando
el refugio de estar lejos de su ego;
me lo dijo a la hora
en la que yo no quería saber nada del mundo,
cuando era un muchacho que coqueteaba
con la despedida,
como una enfermedad expectante
en el punto de partida.
Mi vida ha mejorado,
ya puedo comprar las entradas para verlo,
brillar como estrella en el firmamento,
gozar de los personajes de papel
hechos carne
y, mientras mis manos parían aplausos,
y de pie el público alimentaba el hambre del artista
se me ocurrió lo que tendría que haberle dicho,
jamás te enamores de alguien que haga poesía,
a veces, casi siempre,
somos más crueles que la vida.