viernes, 9 de agosto de 2013

Pulpa Picada

Era junio, se había acabado la leña para la estufa, tampoco había dinero para el kerosén que alimentaba el calentador. Quedaba poco dinero en los bolsillos. Pero bajo las mantas se estaba bien, al menos, el cuerpo podía descansar, soñar con conseguir un trabajo, un changa como consuelo. El destino no podía ser tan ingrato con ese hombre. Treinta y tres años, una mujer, tres hijos, el menor tenía un mes, dormía en una cuna que un compañero le había regalado. Al día siguiente pensaba comprar un puñado de pulpa picada, para que Maite hiciera un guiso caliente de arroz. Los quería. Anhelaba mantenerlos. Eran momentos difíciles. No había tiempo para lamentarse, los zorros no tienen ese privilegio cuando son perseguidos por una jauría de perros azuzados por una horda de hombres. Se entregó al sueño. Cada tanto estiraba el brazo. Maite no estaba. La imaginaba sentada, arropada con una cubija, teniendo el bebé en brazos y dándole de mamar. Era extraño, podía jurarse que estaba dormido, en cambio, podía ver la escena como si estuviera parado enfrente. Hasta creía que estaba sonriendo. Sentía ternura, para qué otra cosa sirven los hombres que se vuelven padres, al menos, en esos primeros meses. Sus ojos se llenaban de dudas. El futuro había muerto cuando lo habían echado de la fábrica. Solo había quedado el día a día. Amistades que se habían vuelto peligrosas. Caras que se habían evaporado. Cosas que podían pasar, que no estaban en los cálculos. Solía acercarse a la cuna. Leonel dormía, el nombre era la única herencia que le había podido traspasar, el mismo nombre de su abuelo, las otras cosas vendrían después, ideales, el sueño de un mundo mejor, el bebé parecía comprenderlo, movía sus ojitos, se le sonrojaban sus cachetes blancos. Sus otras dos hijas estaban allí, la más grande jugaba con una muñeca, la sentaba en una silla, le hablaba, le decía que había que esconderse, que había personas que las buscaban, que en ese lugar y en esa silla estaban a salvo, su otra hija, más pequeña, gateaba, se sentaba, lo miraba con ternura, lo llamaba papá, no tenía tanta edad como para tener celos porque su padre contemplaba a su hermano en la cuna. Maite hervía papas. Hacía varios días que ese era el menú para el almuerzo. Pero, al día siguiente, habría un puñado de pulpa para hacer un guiso caliente de arroz, sería como una fiesta. Después de los mates iba a caminar hasta la carnecería de los Vanglerk. Se impresionaría con la helada, todo el pasto escarchado brotando del suelo arenoso. Sentiría la brisa pesada entrando desde la bahía, vería el sol holgazán, incapaz de calentar las partes descubiertas de piel, las de la cara casi oculta por el gorro de lana, las de las manos emergiendo, casi tullidas, de las mangas. Pero estaba en su reducto egoísta. Tibio, seguro bajo las frazadas. La casa en silencio, solo interrumpido por las pisadas de Maite volviendo a la cama, y el ruido del río, ronroneando como un gato haciendo de los juncos su lecho, también descansando, hasta que las aguas se volviese rosadas por el amanecer…

Después de los mates, de frotarse las manos para entibiárselas, de ver a sus niñas que todavía dormían, de contemplar a su bebé retozando en la cuna, le dijo a su mujer que en un rato volvía, que no debía preocuparse. Ya se habían acostumbrado a decirse las cosas en secreto. Siempre se daban un beso. A veces parecía que sería el último. No importaba. Eran jóvenes, tenían licencia para el romanticismo extremo, el que coquetea con la tragedia, eso pasaba siempre que tenía que despedirse. Se puso el gorro y salió. Saludó a algún vecino que, también, había salido temprano para comprobar los grados que decía, la radio, que había en ese día de junio. En su bolsillo llevaba los billetes y algunas monedas para comprar lo necesario para el almuerzo de ese día, en el otro, llevaba la carta que debía entregarle a Rosales, debían encontrarse en la plaza, junto a la banca que miraba a la iglesia y le daba la espalda a la estatua de Artigas. Extrañaba la calidez de la cama. Tal vez, todavía, seguía durmiendo. Quizás todo se estaba desarrollando en su mente vencida por preocupaciones. Los hechos semejaban ser una pesadilla. El primer golpe le quitó la respiración. Después vino la sangre que saboreó su saliva. Las manos, muchas, todas juntas. Las había tenido tantas veces, muchos le habían hecho aquellos cuentos, el gordo Gómez que había logrado huir en un descuido de los captores. “No se preocupen”, quería gritar tan fuerte que su mujer e hijos lo pudieran escuchar, aunque no lo entendiera ese cachorro que enredaba las piernas con los pañales. Pensaba que Maite le diría que Leonel estaba enfermo que, desde que él se había ido, estaba nervioso, que no paraba de llorar, que quizás estaba incubando alguna enfermedad, es que los bebés son tan frágiles. Pero no había que preocuparse. De seguro no había amanecido todavía. Todos descansaban, esperaban que la luz del sol entrara por la ventana que miraba al este. Esa era la señal de que la esperanza empezaba como una promesa que servía para seguir viviendo, le pareció que estaba volviendo, caminando a media mañana, con una bolsa con la pulpa picada y unos huesos que le habían regalado. Pero el cuerpo dolía. Era un esfuerzo sobrehumano llenar los pulmones con aire fresco. Pensó que tenía suerte que fuera un día de junio. Parecía que el frío le calmaba los ardores de las quemaduras que le habían aparecido en medio del mal sueño, que lo había cubierto con llagas que dejaban la carne al descubierto. “Ahora, vas a decir todo”. Le gritaba el polaco Ramírez. Le decían así por su cara blanca, sus cabellos ralos, rubios, que le caían sobre la cara, era su forma de ocultar su temprana calvicie. Inmóvil, lo miraba. Manejaba los cables. Eran negros, gruesos. Por un momento pensó que era una venganza, por algún partido de fútbol dominguero, en la playa, cuando casi lo quebró al sacarle la pelota. En ese momento le hubiera dicho que, habían sido cosas de jóvenes adolescentes, que no tienen más interés que impresionar gurisas… Hermosas mujeres, de caderas estrechas, de labios húmedos que hacían que los nombres de esos muchachos sonasen tan lindos. La lengua no podía moverse, estaba apresada entre el paladar y los dientes; las cuerdas vocales estallaban, se convulsionaban como dicen que lo hace la tierra en los grandes terremotos. Por más que quisiera no podía inventar nuevas formas de expresar los dolores. Ocurre que, a veces, los idiomas se tornan insuficientes. No podía responder. Ya había inventado las respuestas, las había vomitado cuando un puntapié le vació el estómago, en el momento que quería decirles que se fueran, que salieran debajo de las frazadas, que abandonaran las almohadas, que quería estirar la mano y poder tocar a Maite, otra vez, buscarle el cuerpo de madre reciente, cansado, friolento, hambriento, que necesitaba su consuelo, que precisaba que se quedaron hablando como otras veces de esos planes, el colegio de los niños, la casa, todas las comidas del día, de la vejez, sí, de eso también, de los huesos vencidos por retener tiempo adentro, ver a los hijos crecidos, con todos los proyectos que tenían vedados para ellos. Qué hermosa quimera hubiera resultado la libertad de soñar cosas bonitas. Y no con estos hombres, con sus manos, sus pies, sus cables, con las preguntas por fulano, por mengano, por la carta estrujada manchada de sangre sobre una mesa, el papel oficiaba de testigo, pero no podía intervenir, solo seguía ahí devenido en cómplice del martirio, después volvía a aparecer la cara de Leonel, sus ojos llenos de vida, tan marrones, mansos, haciéndolo imágenes. Pensaba que sería un placer enorme descubrir lo que pensaba su pequeña mente. Sería algo sumamente grato que hacía que sus labios se dilataran y se abrieran en una sonrisa sonora. Ese sonido era un bálsamo, borraba todo, deshacía las sombras, el papel sobre la mesa, el olor a carne quemada, los puñetazos de esos hombres, sus voces dando gritos, insultando… Todo se volvía paz otra vez, resurgía la tranquilidad de la cama caliente, era como el atardecer de verano, tirado sobre la hierba y el sol entrando sobre occidente, llevándose las cosas vividas, ahogándolas en el río; todas, la cuna de Leonel, la muñeca de su hija mayor sentada, escondida del peligro en una silla, la del medio riéndose, tirándole de la pierna izquierda del pantalón, las manos de Maite cortando la cebolla para hacer un guiso con la carne picada, por eso tenía lágrimas en los ojos. El bebé no parecía enfermo, parecía estar en trance igual que los poetas antes de alinear las palabras, era demasiado triste que pensara que con solo un mes se había convertido en huérfano, igual que sus dos hermanas, que jamás había vuelto esa mañana, que había sido un muerto afortunado de tener una tumba en el pueblo, lejos de la bahía barrida por los fríos de junio, y no un cadáver que se sigue buscando para ponerle las mejores flores humedecidas por el rocío, ese honor que se le hace a los seres que se han querido.                                                                                                                                                                                                                               simonbetarte© 

miércoles, 17 de julio de 2013

Pulpo





I
Me plugo 
tu beso, 
pulpo solitario 
en el mar
de mis labios.

II
Noche de viernes,
dos copas
de vino blanco,
embeleso,
susurro sutil
de lo que
se trueca eterno
sin olvidar
su condición de efímero…

III
Hicimos un camino
de ensueños,
germinamos semillas
de sonetos,
las dejamos por ahí,
extraviadas
dentro de los cuerpos.

IV
–La ternura es gladiador
que intenta sobrevivir,
dejando
sangre en la arena,
aunque no
se te vea,
en otra madrugada,
dormir
cansancios diurnos,
gemidos
cuando se nos olvidó
ser dos
y fuimos uno-.

V
Todo eso
me plugo,
esa noche de viernes
cuando estuvimos desnudos.

simonbetarte©

domingo, 14 de julio de 2013

momentos

Momentos

I
Hay días que nacen, 
despiertan bostezando. 
Irrelevantes, 
solo destinados a pasar…
Sin que hallen
la aguja que ajuste
el hilván,
es la vida
deshecha en un telar.

II
Hay notas musicales
que no vibran
en la cuerda de una guitarra
con intensidad.

III
Por suerte
existen poemas
que todo poeta tiene
a bien matar,
aborto poco antes,
autocrimen
que puede deslumbrar…

IV
Están los milagros
que se cansaron
de esperar,
ojos pequeños,
húmedos,
ahítos de llorar…

V
Pero en alguna parte
están
esos segundos
que levantan la protesta,
toman fuerza
de la derrota,
a esos,
no hay que dejarlos
pasar,
hay que ir con ellos
a la trinchera,
subir las pancartas,
redoblar la apuesta
antes que otro día
amanezca
sin que la aguja
ajuste el hilván
en el propio telar;
de otro modo
simplemente habrán
de pasar…,

Y, de seguro,
no volverán...

sábado, 8 de junio de 2013

buen final



I
Chico de arrabal, 
pega ladrillos 
que hacen 
una pared.

Tiene
una ternura infinita,
el sexo en la piel…

Parece un truhan.

Usa slips que hacen,
que por ver,
no más
que desear…

Muchacho
demasiado culto,
habla de Góngora
como si nada,
solo al hablar…

II
Sonrisa prejuiciosa.

Chico de buen pasar,
un pez en la pecera
de una gran ciudad,

trabajo de prestigio,
de esos,
que no dejan
tiempo
para enamorar
a esos
días de octubre
que brillan
en las olas
al surfear.

Manos tibias
antes de despertar,
toscas caricias
al abrir los ojos
y solo mirar…,
entonces no queda
otra opción
que murmurar:
qué bueno
que simplemente estás,
chico golfo,
una joya de arrabal…

III
Históricas románticas
que Corín Tellado
olvidó narrar,
sería bueno
si la pudiéramos resucitar…
para que el cuento
tenga un buen final. 

domingo, 26 de mayo de 2013

Hasta luego vieja

               Empezó todo en una madrugada de julio, para Conessa fue cuando encendió el televisor y se preparó el mate. La pantalla vomitaba crímenes viejos, escándalos de famosos, el informe del tránsito. La ciudad y los arrabales estaban envueltos en la modorra, las avenidas, apenas, bostezaban con autos escasos, era el inicio del caos que sobrevenía dentro de un par de horas. Era temprano. El hombre sabía que eran sus últimas madrugadas. Pronto. Dentro de un par de meses se jubilaría. La bendición que suponía aquel evento futuro, se le volvería una nueva rutina a la que tendría que acostumbrarse. Cuando se sentó a tomar mates, pudo prestar atención a la noticia que había ocurrido en alguna parte del África Central, un meteorito se había estrellado en medio de la jungla, el comentarista refería que los testigos de un pueblo cercano habían observado como el cielo se había puesto rojo, primero, violeta, después y que, el estruendo los había dejado sordos por un buen rato, y que más de uno había sido arrancado de sus camas.  Conessa quiso seguir oyendo el relato, le hacía acordar a esas viejas historietas de los años cincuenta que hablaban de fantasías que acrecentaban el deleite por lo desconocido, en cambio, el productor del noticiero, algún imberbe de esos que recién salido de la universidad que se creen con el talento de saber qué quieren los receptores pasivos de información, pensó que era mejor hablar del romance de la pulposa rubia, cuyos virtudes se veían en un video que circulaba por la red, cosa que le valió cierta fama, la suficiente para engatusar a un delantero de un cuadro de fútbol.
            Conessa se sorbió el mate por última vez, se levantó de la silla y dijo lo que había dicho por treinta años: “Hasta luego, vieja”. Salió a la calle, caminó sobre la escarcha hasta la parada del colectivo para ir hacia la estación de tren. Destino final, la fábrica de palanganas de plásticos donde trabajaba. Mientras esperaba el colectivo, miró el cielo oscuro, las estrellas casi ni se distinguían, suspiró, sus pulmones se llenaron de una bocanada de aire helado mientras pensaba en el bólido atravesando la atmósfera, todo en viñetas color sepia, ¡sí!, era como volver en el tiempo, ser ese niño que juntaba monedas para comprar revistas de historietas y leerlas sentado al sol.

            Los eslabones que sujetaban la sucesión de días de aquel futuro jubilado, continuaban siempre de la misma manera, la pava con agua caliente, el televisor encendido y la espesa neblina arrabalera dando vueltas entre los árboles del barrio humilde. La voz del comentarista, de otro canal de noticias, relataba los goles del partido de la última fecha que risueñamente se llamaba apertura al declinar el año calendario. Después de la mención de los gladiadores postmodernos, de la pelota golpeando la red, de los arqueros heridos de muerte, de los insultos que bajaban de las gradas, el mismo tipo reseñó que se habían reportado desapariciones misteriosas en algunos pueblos africanos, donde, hacía unos días atrás se había caído un meteorito, la escena mostraba a damas regordetas de tez oscura hablando en francés traducido a un español híbrido, sin acento. Se referían a sus esposos, sus hijos, algún vecino, los comentarios estaban musicalizados con la banda de sonido de una serie que hablaba de conspiraciones, seres pequeños y grises. Todo parecía grotesco, era un lugar en el medio de la nada, en el continente más pobre, cuyas noticias solo eran las revueltas sangrientas, las ocupaciones militares, los desnutridos, o el descubrimiento de yacimientos que engrosasen las ganancias de empresas foráneas. Todo eso que hace civilizado al hombre occidental, el negocio de vender revólveres y perorar paces… Conessa por algún momento pensó que ese escenario se parecía demasiado a este continente, tuvo la sensación que del otro lado del Atlántico estaban pasando cosas serias, también sabía que eso no era importante para la prensa internacional. Quería conocer más, pero no tenía más tiempo, se le hacía tarde. Dijo lo que otras veces: “Hasta luego, vieja”.

            Por fin se acercaba el día del retiro. El merecido tiempo del ocio, después de haber trabajado como un autómata toda la vida. Tenía enfrente la antesala de la vejez. Ese tiempo de inutilidad para el capitalismo, solo sería importante por los remedios, tratamientos y el lucro final, la muerte. Últimas madrugadas con el mismo ritual, el mate, el televisor, y los primeros retoños anunciando la primavera que vendría pronto. Ahora la tevé hablaba de las desapariciones como un hecho planetario. Los acontecimientos habían llegado a las grandes ciudades. Parte de Asía, Europa, de América. Ya se hablaba de pueblos fantasmas donde sus habitantes habían dejado todas sus posiciones como si volvieran a continuar con sus quehaceres diarios. La silla corrida, el caldo tibio dentro del plato, un libro abierto sobre una cama a la espera del lector. Hablaban médicos, científicos, religiosos que se afanaban por salvar la mayor cantidad de almas posibles, era el arrebato prometido en las revelaciones, los doctores solo decían que algunos desparecidos habían reportado tener síntomas parecidos a un refrío, algo sin importancia, que ninguno de los ausentes había sido internado en ningún hospital. Se empezó a hablar de pandemia. Las pantallas, los diarios, las voces de la radio fogueaban el pánico. Los primeros casos se reportaban en Buenos Aires, Montevideo y otras grandes ciudades, era imposible conseguir combustible, los alimentos no llegaban a las góndolas de los supermercados. A esta altura Conessa ya no sabía que pensar, tal vez, que era un treta publicitaria, un embuste para ocultar una nueva crisis en la economía global, para adoctrinar a los millones de míseros que generaban riquezas para unos pocos. Apagó el televisor. Tuvo la idea de recrear el romanticismo que había tenido en los años de juventud. Caminó hasta la habitación marital con la intención de besar a su esposa. Encendió la luz, un sudor frío le recorrió el cuerpo. “Nora, Nora”, repitió, en la cama solo estaba la huella del peso de la silueta de la mujer, sobre la sábana había machas de tizne, como si el cuerpo hubiera sido pintado con un lápiz de carbón. “¿Pero qué está pasando?”, se preguntó. Y salió al patio, lloraba con desconcierto, casi como un niño perdido en un lugar desconocido y oscuro. Afuera no había nadie. Algún auto con el motor encendido, las luces de las casas de los vecinos. Volvió a entrar, encendió el oráculo tecnológico buscando una respuesta, solo había estática en todos los canales. Estaba sentado. Sentía un malestar en la garganta y la impresión de ser el único ser vivo en el conurbano...

martes, 21 de mayo de 2013

J.L




Juan Lacaze,    
en la costa 
coloniense    
o jota-ele    
simplemente,     

una bahía donde     
naufragan los sueños,     
médanos rubios,      
bailarinas que se mueven    
como gacelas     
en esos días de viento…    

Así  de cruento,   
así de cierto…    

Cerrá  los ojos,     
hay gaviotas     
que se rebelan,    
se apiadan de los peces     
que nadan    
huyendo mar adentro,    

tiene sauces,     
tules verdes,     
soles que mueren,   
esperanzas que bostezan…    

y un ronroneo     
cuando sube la marea…  

Todo eso en un lugar,     
llamado Juan Lacaze,    
una bahía donde se cocinan     
sueños  
que se obstinan,  

¿será eso la vida?   

domingo, 19 de mayo de 2013

Bancos angelicales




Qué son los muertos,
si no hablan
las razones
de por qué ya
no están vivos...

Glamour, luces, colores,
nace un genocidio,
trabajo esclavo,

-¡los beatos solo
peroran bendiciones!-
El lujo está lleno de sangre,
horas, cansancio
vida de los invisibles
por tus ropas
con clase,

vísceras abiertas
en la pantalla 
de celulares de última
generación...

Estómagos de infantes
lleno de parásitos,
lento adiós por hambre,
dos aves marías,
se enjuaga 
y se sigue con la vida..,
acá no pasado nada.

Bancos angelicales
donde se lavan pecados,
hipocresía del austero...,
sangre y muerte,
parodia 
se civilidad
de una criatura 
genocida...

Qué son los muertos
si no se escucha
lo que susurran
en los brazos del viento...,

tevé, medios,
religiones...,
todo tiene un vil precio
en el circo
de los cínicos...,

todo mientras gira
en el espacio,
esta roca llamada
el planeta de los simios...




jueves, 16 de mayo de 2013

Balada para un adefesio





Hacia la lumbre,    
mortal,    
marioneta atada    
a la muerte   
del candil,   

no es otro, 
ese es   
mi sentir,   
en este momento…    

Me contaron    
las hojas     
del otoño,  
tan lindas,  
tan chismosas…,     
que olvidarme     
es sencillo 
como un parpadeo,   

¡maldita profanación     
del ego!   

Fríos de mayo,    
heladas jóvenes     
en atardeceres tempranos…  

Siguen mis pasos     
promiscuos, 
solitarios,   
balada para un adefesio,    

hacia la lumbre     
como polilla    
que se inmola,  
como la marea   
desganadas por sus olas…    

Bien, sea lo que sea,     
ya no importa…,
solo son melancolías
paridas en mayo,
espinas,
retenidas dentro 
de la humedad de la retina...     

miércoles, 15 de mayo de 2013

gardenias


I

Hoy
quiero que rías,    
que me mires,   
que me toques…     

II

Quiero 
que me cuentes    
que el tiempo pasó,   
que reímos un océano, 
un mar,
toda una primavera,   

III

que fui la primera 
célula,   
la primera muerte,    

IV

que conjugué 
los mejores verbos,    
que enterramos 
junto a las gardenias    
este dolor,      
este presente,    
aquel pasado,

V

y otros momentos
por, demás, 
esperados...,
como vaso
vacío 
que espera ser llenado...,

VI
caníbal bocado
de labios 
por ser saboreado...

    

domingo, 12 de mayo de 2013

sádico





Hiciste el amor 
con otro...,
con el mismo,
todas las noches...,

¡me importa 
un carajo!

Siempre seré
ese deseo
que te vuelve cobarde...

El beso 
arrogante,
sadismo
que solo podés
conmigo...

Poeta egocéntrico,
el amo que ata,
cinismo tierno
qué más...,

te hubiera amado,
besos en la mañana,
espera mansa
a que la jornada 
termine...

Solo fui algo
que tengo entre las piernas,
jamás
un ser que se espera
encontrar 
en la mirada 
al mirar...

Tengo el retrato
de tus piernas,
-¿sabés qué?-
ya no me sirven de nada, 

son son solo un boceto
de fantasma
que intenta seducirme
en la madrugada...

sábado, 11 de mayo de 2013

Tortura



Sala de tortura,
verdugo y víctima,
eso cosa que llaman
poesía linda...

Golpes sobre la carne,
vida que se pierde,
muerte que se doblega...

Un poeta es una bacteria
que flota al garete 
en la batería
de sus miedos...

Carne que alimenta 
de censura,
esa diosa profana
que te saca tu sepultura...,

crueldad
y ternura
en un coito
donde son una.

Dados

I

Tierra, presagio,
no lo dudes,
nada está en el camino,
solo polvo,
preludio de un precipicio,
el sonar díscolo
de un violín desafinado
tocando notas
en contra del viento,
la suerte es una quimera
rehén del tiempo...


II

Lanza los dados...
siempre caen ases,
tan hermosa...,
el lobo abre sus fauces,
preciosa heroína 
de un fado que se recita
hasta que la muerte
borra la existencia,

¡quizás la suerte
no existe, solo se inventa!

jueves, 9 de mayo de 2013

Desnudo



Te quiero oscuro, 
tanto más o más sombría 
que el alma mía, 
te deseo con misterios 
de búhos 
que se posan en la pared 
a medio terminar, 

te anhelo así, diáfano 
como un personaje de Poe 
arrancado de mi sien
cuando el gatillo golpea
la bala contra el cráneo…

Te espero desnudo,
en la penumbra,
con el cuerpo ahíto
de amantes que he tenido
promesas que murieron,

vamos no es tarde,
tenés la forma de salvarme,
antes que
los sueños duerman,
antes que
la poesía se muera,

te pretendo oscuro
y ,en los labios,
un poco de brillo de luna…
Me cansé de ser una ola,
triste y sola, sin espuma…

martes, 7 de mayo de 2013

¡Sexo y debate!

Gorilas..., nacionales y populares,
montoneros, troskos, putos,
tortas, católicos, protestantes...

Burgueses con título,
juntadores de mierda, los pobres...,
para sentirse buena persona
se necesitan muchos míseros.

Artistas de egos 
tan destructivos como indomables,
carne de cañones,
¿debate antes
o después del coito?

Vaginas deliciosas,
penes soberbios,
ubres recién hechas,
charlas eróticas de sociología...,
para escapar
de la monotonía.

Embustes televisados,
piolines sueltos en el viento,
¿pienso por qué existo
o existo por qué pienso...?

Cautelares para tener
sexo sin condón,


solo se trata de coger...,
recatos, pudores,
cenas que son una sesión
de un parlamento,
personas que repiten,
mentiras que bailan
procazmente...,
en el carnaval de las ideas
para gente soltera
que quiere una cúpula
soñando con tener una pareja...,

citas bizarras
en tierras del debate...