martes, 18 de agosto de 2009

La bailarina y la nieve que no fue

Noche en Buenos Aires
Como un filo mesiánico
Cabalga las calles,
Salta la basura abandonada y sube suave
Como la caricia de una madre,
La oscuridad le delinea los contornos de su rostro,
El frío y el hambre es marco fino de su cuadro,
Como cuando era bailarina sobre el escenario
Arremolina su cuerpo como un átomo rebelde,
Huye de los bribones a sueldo que la han corrido
Del portal donde solía dormir,
Allá donde bajaba un señor de acento extraño
Con una taza de caldo tibio,
Era como el ramo de flores
El del final entre luces y aplausos.
Ahora está huérfana en una calle oscura,
Bajo una llovizna que cala hasta los huesos,
Rodeada de ventanas cálidas y con luces,
Con señoras bien desmaquillándose sus caras
Enredando sus lenguas en algún ave maría antes de dormir,
Pero hubo una, haciendo caso a lo que mentía la tevé,
Arrimó sus ojos a la ventana para ver la llovizna
Hacerse vanamente nieve sobre las calle de la ciudad;
Y la vio en medio de las erráticas gotas de agua,
Una diminuta linyera despojándose de sus andrajos,
Vio movimientos finos y delicados;
Saltos y acrobacias,
El vuelo del cisne se despegaba del suelo,
Y allá abajo, la calle trocaba en escenario,
En los ojos de la danzante el público brotaba por montones,
Todos olían a perfumes caros y portaban el orgullo
De ser tan sensibles para verla,
De contemplarla siendo una brizna de arte.
Noche en Buenos Aires, el espectáculo agoniza,
Los furiosos aplausos la envuelven como un sudario,
Ahora la tibieza le es como los brazos de su amante,
Aquél único que tuvo, ya no hay frío, sólo tibieza…
Amanece, está sentada en el cordón de la vereda,
Aunque por momentos se le hace estar entre bambalinas,
Hay dos muchachos,
El sol repta sobre el pavimento mojado;
Ella camina,
Se ve, es lo que quedó de la última actuación
Un cadáver sin nombre, el suyo, su vida…




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