jueves, 13 de agosto de 2009

uno

Detesto a esos poetas que dicen sufrir
Cada vez que escriben,
En cambio yo gozo como un Apolo griego irguiéndome en un bacanal,
Reptando como una sierpe por miles de cuerpo,
Mi lengua bífida le susurra a Eva:
Es mi cuerpo una manzana, una delicia de pulpa tierna
Y piel bermeja como mi sangre,
Es la palabra como una orgía que se aprieta en la mente,
Es el comienzo de un parto que no duele,
Vuelvo a ser Apolo, a cazar virginales donceles a la hora de la siesta,
A abrazar con ardorosa pasión la trémula carne
De castas vírgenes en la pradera.

Sufrir es esperar horas
Muriendo lento en pos de lo que la inspiración no escupe,
Horas viendo pasar la vida
Como quien contempla el río hecho torrente,
Es darme cuenta de que no me miras,
No poder descubrir lo que guardas,
Es no llevarte, no salvarte de este mundo,
De los cuentos que te han contado,
De los dioses que nos han inventados;
Es no llevarte de paseo a donde vaga
La invención y el hartazgo de sabernos simples
Y tan simples marionetas de la vida.

He nacido para acunar un sueño,
Hechizarme una y mil veces en el pecado de la inocencia,
Escribo porque sueño,
Disfruto de las pequeñas cosas,
Me abstraigo en un mundo
Donde la vida es rebeldía infinita…

Odio a los poetas que dicen tener un látigo
Con el que se flagelan y escupen letras,
Aborrezco las rimas perfectas y a los esclavos de la métrica.
Lo mío es sólo una perversión,
La sinrazón de los sentidos,
Es envolverte, seducirte,
No más que apararte del camino…

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