miércoles, 21 de octubre de 2009

Hambriento

El hambre es un vacío que duele,
dos ojos negros que buscan libertad
-y pensar que todo empezó acá,
aquella aventura, esta crueldad-
mi amigo esta recostado
en el tronco de un árbol
su humanidad se reduce a piel y huesos,
a una ternura de cinco años
que apenas sabe lo que es jugar.
Está muriéndose dolorosamente,
mientras las modelos juegan a ser cadáveres
andantes en las pasarelas,
mientras los prohombres deciden
quienes ganan, quienes pierden,
en el momento exacto en que la tele
reproduce por enésima vez el video
de alguna nueva princesa del pop
haciendo mímica en inglés o español.
La muerte aparece como un bálsamo,
pisa con la suavidad de un hada,
en su cabello se enreda la piedad
mientras al cielo suben los ruegos de los beatos
siempre buscando nuevos odios para su deseo
fervoroso de ir por la eternidad.
La mano de ella es suave,
húmeda de rocío o de llanto de madre,
su abrazo sabe a manjares,
todos los sabores que mi amigo
no puede describir, ni siquiera imaginar.
Su último respiro no será noticia
en los diarios de mañana,
ni en los noticieros de la noche,
tampoco en las plegarias de obispos, pastores,
imanes y rabinos.
Sólo aparece en este poema,
en estas letras que no sirven de consuelo.
Termino de escribir, queda el humo del cigarro
y una onda sensación de duelo.

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