martes, 12 de enero de 2010

Macabra

Contoneándose
en un vaivén eterno
siempre en movimiento,
nunca quieto
como el acento de un anciano
contando alrededor del fuego
las historias que seguirán
una tras otra
hasta el infinito.
Fue así el río visto
desde Juan Lacaze
una subversión de arena
amontonada en médanos
que escalaba mi niñez
para otear el mundo…
Inocente como la ternura que se pierde
según los años se incrustan en el cuerpo,
buscaba sonidos,
el de las olas llegando,
el de los juncos resistiendo
siempre.
Eran tiempos de crueldad.
Ese río que veo como madre
era entonces un paraíso de peces
y una danza macabra,
una marca que el dulce mar me recuerda
al llegar y al irse
como para no errar la sentencia del destino.
Brillando el sol
en silencio,
iluminando los átomos de agua,
así pedía justicia el sueño que conservo,
por el que sobrevivió esta alma
marcada por el veneno
de ese lejano tiempo
que olvidar no quiero
ni debo.

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