lunes, 21 de septiembre de 2009

Malas influencias

Malas influencias,
las tardes a la hora de la siesta,
las pelis, largas blanquinegras de sábados de súper acción
correr bajo el sol de enero –que ya no vuelve a ser lo que fue-
las piernas de algún amigo,
los senos de una muchacha que amé,
malas influencias,
Quevedo, Neruda, Cervantes,
Poe tan cruel muriéndose en el misterio,
La Agustini saliendo en rimas de una hoja escrita y seducirme eróticamente,
como si fuera la Gilda del celuloide o la que canta,
la María Magdalena viendo el sepulcro vacío,
los océanos de sangre chorreando de la biblia, los discos Abba
y llorar como una Chiquitita,
diminuta perdida la criatura como aguja en un pajar.
La mujer que me alumbró y me descartó al noveno mes,
la madre que tuve desde ese día
que me alejó de la muerte y me llenó de lozanía,
aquel hombre que fue mi primer padre y que se fue sin brillo del Che
o de Cristo a los treinta y tres,
mi otro padre que me ensañó a escalar médanos huidizos
y a nadar, que aceptó que amara más las letras que las tardes
futbolísticas y dominguera.
Aquellos seres todos, humanos, perros, gatos,
el zorzal que se burlaba de mí,
mientras práctica lesiones de música con una flauta dulce,
todos esos seres depresivos, carcomidos por el vicio,
buscando en el desespero el consuelo solitario de la rima,
que se puede cazar entre el lápiz y la mente,
me dieron la piedad inmensa de cuidarme del mal
y darme el arrojo para caer en los abismos donde está la vida
esperándome como una hoja blanca y vacía,
tan virginal para ser sólo mía.

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